From the Acts of the Apostles:
“And when they arrived, they called the church together and reported what God had done with them and how he had opened the door of faith to the Gentiles”.
Reflection:
Paul and Barnabas, reporting on the success of their missionary efforts, told the disciples assembled in Antioch, “It is necessary for us to undergo many hardships to enter the kingdom of God”. So, where do our travels take us, for we too have been assigned to proclaim the Good News to the world? Our baptism has anointed us to be prophets in the places we find ourselves. We may name our own “mission field”, but our habitual actions, values, judgments, style of life etc., should stir up curiosity for those around us. And not only individually but communally. The Christian community is supposed to reflect and be a model of love Jesus lived and taught to his disciples. But sometimes we don’t reach that benchmark and give the opposite testimony: people are leaving Christian communities because they say, they don’t experience that love in their churches due to factions and scandals.
So, we ask ourselves:
Do people turn away from our Catholic community because the world has a stronger pull on them? Have they not seen our parishes as loving and open communities, embracing diversity in its members? Whatever the reason, we have a lot of work to do as we try to heal divisions, forgive hurts, care for the poorest and welcome the newcomers into our midst.
Del Escritorio del P. Hector
De los Hechos de los Apóstoles:
“Y cuando ellos llegaron, llamaron a la iglesia e informaron lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles”.
Reflexión:
Pablo y Bernabé, informando sobre el éxito de sus esfuerzos misioneros, dijeron a los discípulos reunidos en Antioquía: “Es necesario que pasemos por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios”. ¿A dónde nos llevan nuestros propios viajes, porque también a nosotros se nos ha asignado proclamar la Buena Nueva al mundo? Nuestro bautismo nos ha ungido para ser profetas en los lugares donde nos encontremos. Elijamos nuestro propio “campo misionero”. Nuestras acciones habituales, valores, juicios, estilo de vida, etc., deben despertar la curiosidad de quienes nos rodean. Y no solo individualmente sino comunitariamente. Se supone que la comunidad cristiana debe reflejar el modelo de amor que Jesús vivió y enseñó a sus discípulos. Pero a veces no llegamos a esa meta, y más bien damos el testimonio opuesto: las personas se van de las comunidades cristianas porque dicen, no experimentan ese amor en sus iglesias debido a facciones y escándalos.
Entonces, nos preguntamos:
¿La gente se aleja de nuestra comunidad católica porque el mundo tiene una atracción más fuerte sobre ellos? O ¿quizá no hayan visto nuestras parroquias como comunidades amorosas y abiertas, abrazando la diversidad en su composición? Cualquiera que sea la razón, tenemos mucho trabajo por hacer, tratar de sanar las divisiones, perdonar las heridas, cuidar a los más pobres y dar la bienvenida en la comunidad a los recién llegados.
